4.El pequeño percance del soldado Bubles

4.1.06




(Bitácora. 1 de Júbilo. D.Bush. Planeta Insecto )



Esta mañana arribamos a Puerto Embutido, un miserable territorio ubicado a doscientos kilómetros de Bay Ketina; la Ciudad de las Cucarachas. El día era frío, grisáceo y ventoso y todos pusimos mala cara cuando vimos la tormenta que se aproximaba desde el Norte.
Debimos desembarcar a las corridas para evitar que se nos mojasen las cosas. Improvisamos un campamento para acomodar el arsenal de equipo periodístico y hacer el inventario; teníamos cámaras 45tht equipadas con lanzagranadas y varios D.O.A.P (Desintegradores ópticos de alta precisión), también trípodes oruga adaptables a cualquier tipo de terreno y clima (menos al barro y la lluvia según las indicaciones de Ingeniería), micrófonos de ultrasonido, micropreguntadores, ofuscadores anales, kilómetros de rollos de cable bisturí alfa centauro y un largo etcétera de armamentos bien disimulados.
Estábamos acomodando los últimos paquetes y haciendo inventario al pie de los Aero-camiones, concentrados en no olvidar ningún armamento, cuando de pronto, oímos un griterio descontrolado proveniente de las tiendas.
Hubo un momento de confusión, luego se produjeron corridas y todo el mundo comenzó a disparar en todas direcciones y sin ningún criterio.
Me abrí paso para averiguar el porqué de tanto alboroto, procurando no ser alcanzado por los disparos. En la carpa 3 parecía estarse produciendo una pelea de gatos. Me acerqué con cautela y desenfundé mi fusil fotográfico Kod ak.47. Mi pulso comenzó a temblar ligeramente, pero no me lo reproché, un militar sabía que no resultaba fácil enfrentarse a lo desconocido en un planeta desconocido.
Entonces se rebeló el misterio.
Desde el interior de la carpa brotaban todo tipo de preguntas sin ton ni son a una velocidad que a un ser humano le resultaría imposible responder. ¡Alguién había activado el Micropreguntador por accidente!.
Había que hacer algo rápido o de lo contrario todo el batallón acabaría con trastornos mentales en cuestión de minutos.
El Micropreguntador era un arma de alcance moderado pero sumamente peligrosa, no había mente inteligente en toda la galaxia que pudiera soportar su avalancha de inquietudes sin perder la cordura.
En un segundo me calcé mis auriculares de corcho Ikea y entré en la carpa 3. El soldado Bubles estaba de rodillas, tenía los ojos cerrados y de ellos brotaban lágrimas que corrían por las mejillas y se reunían debajo del mentón. Con su mano izquierda intentaba en vano taparse un oído, por lo que parecía estar haciendo una grotesca venia. En su mano derecha, pequeño y reluciente como un Vox-Voix malévolo, estaba el causante de todos los problemas.
¿Quien es usted? Preguntó el micropreguntador al advertir mi presencia. Ya había hecho estragos en la mente del Soldado Bubles y ahora empezaría conmigo. Los auriculares de corcho Ikea amortiguaron su voz estridente cuando se lanzó a la carga.
¿Así que no sabe quien es?¿No le importa no saber su nombre?¿O acaso lo sabe y no me lo quiere decir? ¿Es eso?¿Es como una adivinanza? ¿Le gustan las adivinanzas? ¿Puedo arriesgar yo primero?¿Empieza con A, verdad?¿¡Albaricoque!?¿¡Arnoldo Amador Artigas!?¿Estoy cerca?¿Estoy...
Tomé el aparató de entre los dedos del soldado Bubles y moví el interruptor de On a Off.
El silencio que siguió fue como una bendición. Me quité los auriculares de corcho Ikea y ayudé a Bubles a levantarse. El pobrecito temblaba y balbuceaba como un anciano.
--- Creí que era el control remoto del calefactor de calcetines---Dijo. Se llevó las manos a la cara para que no viera sus lágrimas. 
--- Oh Bush. Oh Bush Santo.
---Tranquilo soldado. Ya todo acabó. Ha tenido suerte esta vez. Espero que le sirva de lección para no hacer nada tan estúpido en el futuro.
---Si Sargento. Se lo Agradezco.
Solo cuando estuve seguro de que no había peligro, me dirigí a los baños, cerré la puerta y di rienda suelta a la contenida realidad de mi colon irritable.